Sentidos al Aire 004
El budismo y su sanador fatalismo, ser el papá del niño detestable del avión, recordar que los amigos son unos superhéroes y solicitar un espacio en hombro ajeno.
Este año no hice resoluciones demasiado puntuales. He sentido un cambio en el corazón, del “qué quiero hacer” al “quién quiero ser”, y en eso he trabajado mucho estos primeros días del 2025. Con ese nivel de presencia y frescura llego a este Sentidos al Aire en su cuarta entrega.
Pensado
De todo he pensado.
He pensado que subestimo muchísimo la charla sobre depresión y ansiedad, al mismo tiempo que una buena porción de mi entorno la sobrestima.
Estando rodeado de creativos y de seres que tienen la sensibilidad sobre la mesa permanentemente, ya me es normal hablar de crisis depresivas. Me escribo constantemente con un buen número de amigos cercanos con la frase “¿cómo te has sentido?”, en referencia directa a si hemos atravesado o estamos atravesando en ese momento episodios de alguno de los males mentales que sabemos que sufrimos. Al otro lado del espectro, a muchos otros amigos y familiares nativos de universos menos sensibles les cuesta muchísimo andar con la enfermedad colgada del cuello para que todos la vean. Todo esto todo lo pensé hace unos pocos días que un amigo que conozco hace unos 35 años me reveló que está medicado hace por lo menos 20 años por depresión y ansiedad. Lo sé, no es una charla trivial para estar tirándole a la cara a todo el mundo y tenerla requiere mucho valor, pero también me gusta reafirmar tantas veces como pueda mi compromiso con normalizar estas conversaciones. Dentro de mi propósito de vida está claramente identificado que quiero ser canal de bienestar para quienes me rodean y para las vidas que pueda tocar a través de mi ejercicio artístico, incluyendo mi pluma y este canal.
En diciembre pensé también que me convertí en todo lo que prometí destruir. Soy el papá de los niños gritones en el avión. El 22 de diciembre, durante mi primer vuelo con hijas, me respondí a viva piel todas las preguntas que alguna vez me hice sobre los otros papás. No, no les puedo controlar el llanto. Sí, sí están bien criadas, y aún así se me escapa la capacidad de contener su malestar. Siempre odié incomodar, ha sido mi mayor fobia, y la vida, generosa como siempre, me regaló un doble curso sobre ahora ser estructuralmente incómodo. Qué lindo es aprender a lidiar con esta vergüenza incontrolable. La paternidad es descender a todos los niveles más irritantes de la vida en sociedad y no poder hacer mucho al respecto.
Y por último pensé algo importantísimo: ¿pretender que le entreguen a uno el carro lavado luego de una visita al taller es como pretender que le entreguen a uno a un familiar peluqueado luego de una visita a la clínica? No lo sé. No. Lo. Sé.

Oído
“¿Hay espacio en tu hombro?”.
Sin contexto y sin mayores detalles, leer esa frase ya inspira cosas. Pinta hipotéticos paisajes, situaciones, momentos y personas.
Siempre he pensado que los creadores somos antenas que canalizamos data que nos envía quién sabe quién (o qué) desde quién sabe dónde. Nuestro trabajo, leí hace poco y ya no recuerdo dónde, es no interferir. Si uno lo intenta, se esfuerza, interfiere. Debemos entregarnos al proceso y dejar que la información pase a través de nosotros. En ese ejercicio de aterrizar en una canción lo que se nos envíe, muchas veces se tropieza uno con lo que llamo leyes. El compositor y el intérprete (que a veces no son el mismo, pero en la actualidad sí coinciden muchas veces) dicen cosas de una forma que uno nunca había oído, pero que sencillamente describen algo que ya se sentía profundamente y que nunca había tenido nombre. Algo que era una ley compartida, un sentimiento común y profundo, pero que aún no tenía nombre ni apellido.
“Room on Your Shoulder”, sencillo lanzado hace pocos días por Adam Melchor en colaboración con Mt. Joy, hace justo esto. Descubre una ley, una forma de pedirle a alguien cercanía. “¿Hay espacio en tu hombro?” es una manera preciosa de preguntarle a otra persona si tiene espacio en su vida para uno. Puede ser porque se quiere retornar (como en la canción, que plantea una pareja distanciada), pero puede ser también una forma impecable de pedir acceso al comienzo de una historia de amor. O de pedir consuelo, entendimiento o cualquier tipo de cercanía íntima y complicidad.

Visto
Normalizar parecería ser indispensable para el ejercicio humano. Somos máquinas aplanadoras de significados. Leí en algún lado que el ser humano siente más emoción deseando que obteniendo. Es mucho más divertido investigar qué guitarra comprar que el acto mismo de comprársela. Y no lo digo yo, lo dice la ciencia en algún texto que ahora no sé en dónde vive.
Yo normalizo con facilidad pasmosa eventos extraordinarios. Mi increíble familia, experiencias que pocos seres tienen disponibles, logros de fuera de este mundo. Es como si, para meterlo en la caja del recuerdo, le quitara las arandelas a todo y lo guardara en un archivador con el título “ah sí, normal”. Que hablen mis Grammys si me equivoco.
Hace poco vi la entrevista de mi amigo Karim Estefan, fotógrafo y artista, en el podcast Luz Dura. Es Karim hablando sobre Karim, que es lo que Karim hace, pero en esta ocasión me sorprendí por lograr oírlo con un poquito de distancia. Recuerdo que estaba manejando cuando lo oí, con la cabeza despistada, y logré sorprenderme viéndolo desde afuera. Desde esa perspectiva de escucha foráneo vino este análisis. “Ah sí, normal, Karim mi amigo está ahí hablando de las cosas más increíbles del mundo, derrochando conocimiento de lector imparable y de tantos años fotografiando y dedicado a su obra”. Pues no, no es normal. Mis amigos no son normales, son creadores de mundos fantásticos. Mi familia no es simplemente aquel conjunto de gente fantástica que mágicamente me fue otorgado por la vida, es un regalo de Universo que no paro de agradecer. Mi banda no es cualquier cosa, es una fuerza cultural latinoamericana. Luego de oír ese episodio de Luz Dura con Karim lo llamé y desde mi renovada consciencia sobre su calidad como artista le informé que la portada de mi nuevo disco Bengala será una obra de él que conceptualizaremos juntos. Porque soy amigo de Karim Estefan, un artista como pocos.
En mi batalla contra la normalización, todos los días, tras meditar, trato de recordarme esta frase: “hoy estaré consciente del milagro”. Últimamente lo he logrado hacer en tarima y qué señor regalo es mirarme los dedos en la mitad de cualquier show, mirar al público y decirme “mierda, esto sencillamente es un milagro”. Cuánto refresca despertar, no dar nada por sentado y alimentarse de toda esta riqueza. Tantas bendiciones no son normales. Ni un poquito.
Leído
Una pequeña trampa: primero los oí, luego los leí. Pero se vale. Leí hace poco los 5 recuerdos del budismo y, como la mayoría de cosas que me llegan de esa redonda esquina de la espiritualidad, me impactó de una manera muy bonita.
Tengo más horas de terapia encima de las que tal vez una persona debería tener. Me he enfrentado a muchas conversaciones y análisis sobre mí mismo y a veces siento que esto no es más que estarme preparando para vivir, pero nunca vivir realmente. A ratos me siento estudiando para un examen que tomaré algún día, pero ¿cuántos días quedan? Ahí entra siempre el budismo y su vicio incorregible de hablar de la muerte.
Los 4 primeros recuerdos del budismo son:
Soy de la naturaleza de envejecer, no puedo escapar de la vejez.
Soy de la naturaleza de enfermarme, no puedo escapar de la enfermedad.
Soy de la naturaleza de morir, no puedo escapar de la muerte.
Todo lo que me es querido y todas las personas a las que amo son de naturaleza cambiante. No hay forma de evitar separarme de ellos
Hasta ahí no es que sea muy alentador el asunto. Pero en el quinto recuerdo es donde me parece que sale el sol. Es del que se puede derivar la enseñanza más pura: tenemos sólo control sobre la acción inmediata, la de ahora mismo. Porque el siguiente segundo no está asegurado. Este es el quinto recuerdo:
Mis acciones son mi única propiedad verdadera. No puedo escapar de las consecuencias de mis acciones. Mis acciones son el suelo sobre el que me paro.
Para un tipo tan entrenado para tal vez un día vivir, como yo, ser recordado de la naturaleza finita, impredecible y esquiva de la vida misma es una liberación increíble. Me ha venido muy bien meditar sobre esto, pues el 90% sufrimiento del día a día sigue siendo una decisión que tomo (excluyendo naturalmente los acontecimientos que desatan un sufrimiento real). Es la manera en la que decido decantar acontecimientos menores la que le pone el color a la vida y si mantengo fresco en la lengua el sabor de que todo se acabará en algún momento, capaz muy pronto, suelo ser más picky sobre en qué invertir mi valioso cortisol.
